El viernes 21 de marzo se promulgó, luego de una larga tramitación, la reforma al sistema de pensiones.
La noticia, que ha estado en el centro del debate social durante varios gobiernos, vio por fin la luz. Esto a pesar de importantes cambios en la propuesta del Ejecutivo y también de parte de sectores conservadores que se opusieron desde un inicio a cualquier reforma.
El proceso, fue lejos del imaginado por muchos y muchas de nosotros, quienes tuvimos que ir concediendo más de lo esperado, y a ratos las especulaciones de la prensa hacían ver una derrota próxima de la iniciativa.
Fueron momentos tensos y de ardua discusión interna, sopesando lo malo por sobre la posibilidad de incluir, aun cuando fuera de forma silenciosa, elementos propios que permitieran tener un aumento de las pensiones en el corto plazo, y a su vez, abrir un camino de eventuales transformaciones para el futuro.
No se logró un anhelo, la separación de la industria, pero se avanzó en la cotización de cargo del empleador –a un 7%, haciendo el sistema tripartito-, en un aumento de la Pensión Garantizada Universal (PGU) a los 250 mil pesos y en la creación del Seguro Social Previsional (SSP). Son victorias que abren la cancha y permiten un diálogo más avanzado en el “próximo partido”.
En efecto, de acuerdo a la Subsecretaría de Previsión Social, con la reforma se genera un aumento de unos 74 mil pesos para una mujer con 10 años cotizados, y de unos 114 mil pesos para una mujer con 20 años cotizados.
No obstante, en el debate interno, estuvo siempre la tensión sobre el tipo de reforma que empujábamos, y qué tan cerca estábamos de lo que impulsamos en el programa presidencial. Pero lo cierto es que la correlación de fuerzas del Congreso no permitía mucho más, a pesar de intentarse desde la Cámara, donde el Frente Amplio mantiene una presencia importante.
¿Cuál es el costo que estamos dispuestos a pagar por la reforma ideal? ¿Es siempre deseable esperar el escenario adecuado? ¿Cómo hablarle a Chile, si no pensamos en mejorar hoy las condiciones materiales de las poblaciones más vulnerables? ¿Cómo derrocar un sistema con la correlación de fuerzas actual?
Esas preguntas, y otras, rondaron entre los encuentros, los cafés, las conversaciones telefónicas y las reuniones militantes.
Lo cierto, es que hay una sola pregunta que, a mí juicio, es la relevante ¿Cómo quedamos después de aprobar una reforma que no nos gusta, pero que permite instalar 2 cuestiones esenciales? Primero, permitir el alza de jubilaciones actuales, en el corto plazo. Y segundo, darle ciertos elementos de solidaridad y redistribución a la reforma.
¿Estamos hoy más cerca o más lejos de derrocar a las AFP tal como las conocemos?
Es una interrogante que no tiene una sola visión, y que como transita desde el presente hacia un futuro incierto, no permite consensos ni verdades únicas. Es una interrogante con la que vamos a tener que navegar, pero sobre la cuál debemos realizar acción.
Dicho de otra forma, la única forma de mantener vivo el deseo de una reforma profunda al sistema no es necesariamente alabando la reforma recientemente aprobada, sino el movilizarnos de forma incansable por el objetivo no logrado. Asumir esa tarea implica en primer lugar, dejar de autoconvencernos eternamente del logro positivo alcanzado, y aspirar con hambre a cambiar lo que creemos necesario para derrotar un sistema profundamente injusto, desigual.
En segundo lugar, también requiere anular el relato de triunfo de la clase conservadora de este país, que ha presentado la reforma previsional como un triunfo de la capitalización individual. En esto, quizás no hemos logrado tener la astucia ni la fineza para presentar una verdad propia, pues no es cierto que las pensiones mejoran porque las AFP obtienen más dinero, es debido a que la reforma misma ha traído componentes al sistema, que permiten compensar a mujeres de forma directa, y también a hombres y mujeres por años cotizados.
Requerimos mucho más de nuestra parte para dar vuelta la batalla cultural respecto a uno de los pilares del modelo neoliberal. Nuestra insatisfacción y descontento no puede ser visto como un llamado a la desazón, sino todo lo contrario, a la articulación y la acción política. Nos queda muchísimo camino por recorrer.
Acá, nuestro frente juega un rol fundamental, esencial. Es por cierto el espacio que está llamado a jugar un rol relevante para educar, para movilizar, para abrir espacios entre organizaciones sindicales, trabajadores y trabajadoras, de manera que se acumule una fuerza relevante que nos permita seguir abriendo senderos.
Quizás el aprendizaje a sacar de los gobiernos de la Concertación tiene que ver precisamente con la satisfacción con la que presentemos nuestros logros a futuro. Porque el único destino en el cual podamos estar tranquilos y tranquilas, no es si se lograron mejorar las pensiones hoy, ni siquiera si logramos reducir la jornada laboral. Es que nuestra génesis busca otra cosa, una sociedad más justa, donde el neoliberalismo, donde el individualismo y la injusticia, sean pasado. Este camino es largo, quizás eterno, pero por lo mismo no podemos perderlo de vista.
La reforma de pensiones aprobada es sin duda, un avance sustantivo para mejorar hoy las condiciones de miles de personas trabajadoras. Es también sin duda, un legado de este gobierno. Pero, nuestro partido tiene otro legado que empujar: El Frente Amplio no ha dejado de creer ni de luchar en lo que cree, porque su proyecto político trasciende un gobierno. Es más relevante que logros, avances y transformaciones parciales. Bien lo sabe el movimiento de la clase trabajadora, el movimiento feminista, el ambientalista, el de las disidencias, el estudiantil, entre otros. Que cada paso, sirve para dar uno nuevo. Nuestro proyecto político, es un proyecto socialista.
Nicolás Ruiz





