Trabajadores y trabajadoras rurales: actores clave ayer, hoy y mañana

 

El movimiento campesino ha sido históricamente protagonista de las transformaciones sociales en Chile. La reforma agraria marcó un hito al romper históricas relaciones de subordinación entre el campesinado y latifundistas, y durante el gobierno de la Unidad Popular el movimiento campesino se transformó en vanguardia de la lucha de los y las trabajadoras. De este modo, hasta los años 70’, cualquier esfuerzo transformador liderado por la clase trabajadora debía considerar al campesinado como sujeto fundamental. Para 1973, por ejemplo, se estima que la organización sindical campesina contaba con más de 300 mil afiliados y afiliadas.[1]

La contrarreforma agraria de la dictadura sepultó las conquistas del movimiento campesino, privatizando la tierra explotada y cancelando derechos sociales y laborales conquistados en los años anteriores. Las profundas transformaciones económicas, sociales y demográficas en los espacios rurales han reconfigurado el rol del campesinado en el movimiento de los trabajadores y trabajadoras. Por una parte, la dictadura y luego los distintos gobiernos desde el retorno a la democracia han hecho hincapié en la reconversión de la agricultura, actividad económica históricamente vinculada al campo, hacia una visión agroexportadora.[2] Del mismo modo, de la mano de la transformación estructural que enfrentan los países al ir aumentando su ingreso, la población rural ha disminuido, así como la importancia de la agricultura en la economía. Mientras 2,3 millones de personas vivían en zonas rurales en 1970, en 2020 el número se redujo a 1,9 millones, y se proyecta que seguirá cayendo hacia el año 2050.[3] Al mismo tiempo, la contribución de la agricultura en el PIB disminuyó en igual periodo de 6,8% (1970) a 4% (2020).[4]

Estos cambios también se han reflejado en el mundo del trabajo. En una mezcla entre desconocimiento y una mirada tradicional respecto a la ruralidad, se suele considerar la naturaleza del trabajo rural como muy distinta a la del trabajo urbano: el trabajo en el campo sería absolutamente agrícola y muy distinto a la realidad urbana. Si bien es cierto la agricultura es aún la actividad económica más importante, su importancia ha disminuido de forma importante entre 1990, cuando 73,3% del empleo rural era parte del sector agrícola, y 2015, año en el cual esta proporción cae al 47,2% del empleo rural. Por otro lado, diversas ramas de actividad han incrementado su importancia, por ejemplo, la construcción representaba el 7,1% del empleo rural en 2015 (frente a un 9,5% en áreas urbanas). Incluso el sector manufacturero, emblema de los procesos de urbanización, aumentó su importancia en zonas rurales (de 4,6% a 6,7% entre 1990 y 2015) mientras que disminuyó en áreas urbanas (19,7% a 10% en el mismo periodo).[5]

Quizás debido a la desconexión entre la mirada tradicionalista respecto a la ruralidad frente a la realidad laboral, y al cambio radical del rol del movimiento campesino en las luchas transformadoras nacionales, fruto de la contrarreforma de la dictadura, cada vez que celebramos el 1 de Mayo pensamos en mucho más en trabajadores y trabajadoras de la ciudad que en quienes viven y trabajan en el campo.

Esta breve columna es un llamado a celebrar el día de los trabajadores y trabajadoras junto con quienes trabajan en áreas rurales, en todas sus dimensiones: quienes se dedican a la agricultura, por cuenta propia o de manera asalariada; o quienes trabajan en otros rubros, desde quienes tienen un almacén hasta quienes viajan a diario para trabajar en la construcción, servicios o fábricas. Es también un llamado a dejar atrás la supuesta dualidad campo-ciudad: el día de hoy los espacios geográficos están cada vez más conectados, lo que nos invita a pensar en un continuo urbano-rural en el cual los límites son más difusos y nos permitan dar un nuevo protagonismo tanto a los movimientos campesinos tradicionales como a nuevas formas de expresión política de los y las trabajadoras rurales. Una mirada que incorpore tanto las demandas comunes a toda la clase trabajadora, como aquellas específicas de la ruralidad: protección y soporte de la agricultura familiar campesina, mejores condiciones para quienes trabajan en la agricultura, cierre de la brecha salarial entre trabajadores y trabajadoras rurales y urbanos, mejoras en servicios y conectividad que permitan incrementar las oportunidades de ingreso en zonas rurales, entre otras.

Que este primero de Mayo, tal como ayer, el campesinado camine junto al movimiento obrero reivindicando un futuro mejor. Un acto que implica algo de nostalgia, pero sobre todo la certeza de que las demandas de trabajadores y trabajadoras rurales son más actuales que nunca, y que están inexorablemente ligadas a los objetivos del Frente de Trabajadoras y Trabajadores del Frente Amplio.

Juan Barriga

[1] Ver Gómez E., Sergio (2002). Organización campesina  en Chile: reflexiones sobre  su debilidad actual. En Revista Austral de Ciencias Sociales, núm. 6, 2002, pp. 3-18 Universidad Austral de Chile Valdivia, Chile. https://www.redalyc.org/pdf/459/45900601.pdf.

[2] Ver Valdés X. y Rebolledo L. (2015). Géneros, generaciones y lugares: cambios en el medio rural de Chile Central. En Polis [En línea], 42 | 2015, Publicado el 04 marzo de 2016. http://journals.openedition.org/polis/11459

[3] CEPALSTAT (2025). Ver Demográficos y sociales / Demográficos / Distribución espacial y urbanización / Población, según área geográfica y sexo. https://statistics.cepal.org/portal/cepalstat/dashboard.html?theme=1&lang=es.

[4] Banco Mundial (2025). Agricultura, silvicultura y pesca, valor agregado (% del PIB) – Chile. https://datos.bancomundial.org/indicador/NV.AGR.TOTL.ZS?locations=CL. Cabe hacer notar

[5] Ver Pérez Silva, R. (2023). Estado actual y transformaciones del empleo rural en América Latina. Un análisis del caso de Chile. En Chilean journal of agricultural & animal sciences, 39(1): 121–132. https://doi.org/10.29393/CHJAA39-10EARP10010